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Sebastián Ayala: “Con los años me he ido dando cuenta de lo única que es la Escuela de Teatro UV”

24 de Junio 2024

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Para la gran mayoría, los años de universidad están marcados por una gran cantidad de horas destinadas al estudio, por los aprendizajes adquiridos, por el nacimiento de las amistades que a veces duran toda la vida y por la definición de la personalidad como aspectos más relevantes. Para Sebastián Ayala, esa época comprendió todo ello, pero también mucho más de la habitual en un estudiante de enseñanza superior.


El prematuro éxito profesional que este actor porteño logró gracias a sus roles protagónicos en la película “La pasión de Michelangelo” y, sobre todo, la serie de televisión “El remplazante” significaron que el paso por la Escuela de Teatro de la Universidad de Valparaíso, fueran muchísimo más que ir a clases, dar pruebas y progresar académicamente.

Él mismo lo relata: “Estuve como siete años en la escuela, porque congelé tres veces. Entré el 2007 y salí el 2014. Mi generación es en la que estaban LasTesis, la Sibila (Sotomayor) y la Daffne (Valdés), ellas más la Mona, yo y tal vez otra compañera, María Jesús, éramos el grupito que hacíamos todo juntos. Entramos 45, 47 y éramos siete u ocho los que estábamos al día siempre, porque en primer año había unos ramos que eran muy cortacabezas, como Historia del Teatro o Semiología, que eran duros, entonces mucha gente se quedaba atrás. Y mi grupo era muy creativo y estábamos constantemente poniéndonos más desafíos en todos los ramos y en los ramos prácticos, en los talleres… Luego yo congelé en segundo, quise tomarme una pausa, sentí que la carrera universitaria en un minuto se puso muy competitiva y para mí era necesario cambiar radicalmente mi vida. Me fui al norte, trabajé un poco ahí, hice teatro en Iquique, investigué, escribí… Ahí perdí a mi grupo de origen y cuando volví y ya estaba en tercero me invitaron a hacer un casting después de hacer un corto con unos compañeros de Cine UV. Ahí conocí a un actor, Sidhartha Corvalán, que estaba involucrado en una película y me dice que yo encajaba perfecto en el perfil del personaje y yo no me interesé mucho, era súper chico y tenía como cero conciencia de lo que me estaban diciendo. Así que hice el casting como sin querer y al director le gustó y me llamaron para una segunda prueba. Quedé y la película era “La pasión de Michelangelo”, sobre el vidente de Villa Alemana, y ese fue mi primera película. Entonces, yo estaba en tercer año y era tanta la exigencia, porque se grababa todo noviembre y diciembre, que yo congelé por segunda vez, porque iba a ser imposible compatibilizar todo con el rodaje”.


“Ahí tuve la oportunidad de trabajar en el medio, de trabajar con la Cata Saavedra, que era una actriz muy admirada por mí, porteña, además, con Luis Dubó, Patricio Contreras, Aníbal Reyna… Todos actores con tremenda trayectoria y fue un tremendo desafío, además que esa película se hizo en cine, fue como una de las películas que se filmó em celuloide, entonces tenía ese desafío de que tenía que ser muy perfecto todo, muy parecido al teatro, en el que no te puedes equivocar, no se puede repetir, porque el material es muy caro y no se pueden hacer muchas tomas. Y me quedé con la sensación de que el cine es muy exigente, pero que me gusta. Y me dije: ‘Yo quiero hacer películas’. Cuando yo entré a la UV postulé a Cine y a Teatro, no tenía muy claro por cuál de las dos carreras quería optar, entonces, si no quedaba en Teatro me iba a ir a Cine, pero a la larga siempre he estado haciendo ambas cosas”, prosigue.


Tras esta experiencia cinematográfica, correspondía seguir la carrera: “Tuve que volver a ese sexto semestre y lo tuve que hacer en medio del paro, de toda la revolución del 2011. Y en esa época yo dirigí una obra con un fondo de la DAE (Dirección de Asuntos Estudiantiles UV). El proyecto de los pescadores también lo hicimos con un fondo de la DAE, que lo ganamos como tres años seguidos. Era un fondo muy pequeño, pero para ese entonces, siendo estudiantes era como ‘wow, tenemos un fondo’. Así que desde el primer momento vimos que podíamos tener una muy buena idea, pero que había que financiarla de alguna manera. Y con la DAE teníamos mucha buena onda, nos orientaron un montón sobre cómo ejecutar el proyecto y desde ese momento entendí la lógica de postular a algo, de saber presentar la idea que puedes tener. Así que la UV nos dio la posibilidad de hacer el ejercicio de presentar un proyecto, que un jurado te evalúe y explicarlo a través de palabras, que a no todo el mundo se le da. Y luego vi en mi carrera que todo el tiempo se iba a tratar de cómo contar una idea”.


Sebastián Ayala continúa su narración: “En 2011 ganamos un fondo de la DAE que me permitió escribir mi primera obra, que se llama ‘Colgadas de Peñalolén’, que se trata de unas personas que eran de un comité de allegados que hicieron una manifestación el 2010, el año del terremoto, como intentando quemarse a lo bonzo en el techo de la municipalidad, fueron detenidas y estuvieron presas, dos de ellas estuvieron presas un año. Yo estuve en contacto con ellas cuando estaban en pleno juicio y asistí a ese juicio en Santiago durante, cuatro, cinco meses que duró y la obra se trata de ese proceso, siempre con la metodología del teatro documental, pensando en que las palabras vinieran de ellas mismas y de lo que yo pudiera observar. Entonces en el 2011, en plena revolución estudiantil, escribimos esta obra, entonces estábamos ensayando en la Escuela de Teatro y afuera había una barricada, en la puerta de la escuela. Y en un momento también nos cuestionamos eso, por qué seguíamos haciendo teatro, si afuera estaba pasando todo. Ese proceso duró un año, estuvimos ensayando, parando, yendo a marchas… Una de nuestras compañeras de la obra era parte de un grupo que se subió al Arco Británico, colgó un lienzo y se fueron detenidos. Y, como anécdota, el megáfono que usaron en la manifestación era el que usábamos en la obra y también lo confiscaron y no lo vimos más, no podíamos ensayar y tuvimos que insistir para que lo devolvieran. Y cuando lo entregaron venía con un código, con un recuerdo y nunca se lo sacamos, porque tenía su propia historia y fue ‘heavy’ como se cruzó la realidad con la ficción”.


Ayala recuerda así el momento de la consagración: “Cuando volvimos hubo trimestres, tuvimos clases en el verano y en febrero del 2012 me invitan a hacer el casting de ‘El Remplazante’ y quedé, pero el casting duró como dos meses y cuando volvimos a clases en marzo todavía no terminaba y yo no sabía si iba a quedar. Tenía que ir tres o cuatro veces a un taller de talentos que hacían en TVN para definir quién quedaba y, entonces, estaba perdiendo clases, así que pensaba que si no quedaba, además me iba a ‘echar’ la U. Así que dije ‘tengo que quedar sí o sí en esto, porque no puedo perder las dos cosas’. Así que me esforcé mucho, quedé y ahí congelé de nuevo. Como yo tenía un rol protagónico, tenía mucha exigencia. Grababa muchos días en el mes, en un rodaje que duró cuatro meses. Creo que ese año no ‘boté’ todos los ramos, parece que me quedé con los teóricos, entonces iba y volvía de Santiago, pero nunca me quise ir de Valparaíso, quería mantener mi vínculo, mi familia… Y la exigencia actoral sí fue un aprendizaje. Si ya lo había tenido con la película, con el rodaje de la serie fue mucho más: días enteros rodando durante cuatro meses. Y luego, cuando volví a clases, la serie aún no se estrenaba. Se estrenó el segundo semestre, y entonces ahí vino la exposición, siendo yo todavía un estudiante y ahí se generó una cosa un poco interesante, porque de parte de la escuela era como ‘tenemos un estudiante que está en la televisión’. Y mis profesores trataban de mantener una formalidad, una distancia, pero igual uno que otro se sentía orgulloso. Yo intenté seguir con mi vida y siempre he tratado de cultivar un bajo perfil, pero cuando retomé fue con otra generación, entonces había ‘cabros’ que yo no conocía y ellos a mí tampoco. Pero yo no trataba de hacer ninguna diferencia, aunque mucha gente me decía: ‘A qué volviste a la escuela, si ya lo lograste’. Pero quería terminar, porque tenía un compromiso conmigo y con mi familia. Yo fui el primero de mi familia que fue a la universidad, mis hermanos son todos mayores y sólo yo y mi hermana menor -que también fue a la UV, es psicóloga- entramos a la universidad, entonces si bien yo estudiaba una carrera artística, con un crédito universitario, mis papás hacían lo posible por ayudarme y había un compromiso simbólico de terminar la carrera”.


“Hice el segundo semestre, a la serie le fue increíble e hicieron la segunda temporada, pero ahí dije: ‘No puedo volver a congelar’. Así que congelé sólo algunos ramos y tomé otros, pero ese año fue el incendio de Valparaíso, el 2014. Hice mi egreso, la tesis, la práctica de especialidad, el incendio entremedio, fue un año muy duro. Pero yo siempre pensé que la universidad tenía que tener un complemento, entonces por fuera yo tenía mis proyectos con mis compañeras, alguna estaba montando algo, otra me invitaba a actuar en una obra. Entonces, yo soy de la idea que no basta sólo con ir a clases y cumplir y ya está, sino que uno tiene que poner en práctica lo que está aprendiendo y durante mi proceso, incluso antes de grabar la serie, yo había montado una obra con otro grupo y estábamos ensayando otra con otro grupo. Y la escuela algo muy bueno que tiene son los festivales de Creación y Juan Barattini, que eran al interior de la escuela y estimulan mucho la creación de los estudiantes y habían contaban con un pequeño financiamiento, para que pudiéramos tener algo de utilería, de vestuario, además de acompañamiento de algún profesor, entonces eso era un gran estímulo. El Festival Juan Barattini era un festival interescuelas, pero el de Creación era interno y generaba un clima muy creativo, porque todos los compañeros estaban preparando algo y se juntaban cabros de distintos cursos, los de cuarto con los de segundo, y era ‘bacán’, porque había un sentido de escuela y cuando los veías a todos juntos veías que había una identidad y sin esa competencia absurda entre cursos”, continúa.  


“Me dejó amigos, mi compañera en Teatro a la Deriva, Estefanía Villalobos, es mi compañera con la que egresé y seguimos siendo amigos hasta hoy. También está en la compañía Franco Rocca, quien también entró después a la Escuela de Teatro UV. Y la escuela también fue un espacio para explorar, con los años me he ido dando cuenta de la importancia que tiene y de lo única que es, porque es la única en Chile que tiene especialidades, que ahora creo que se llaman menciones, pero en mi época se llamaban especialidades y eso le ha dado mucho trabajo a mis compañeros, a los que egresaron de Pedagogía, o de Producción, evidentemente eso les abrió el campo laboral, porque tener, por ejemplo, una actriz pedagoga es muy difícil y tengo compañeras que llevan cinco, ocho años trabajando en un mismo colegio. En mi caso, tener la especialidad de Dramaturgia obviamente le da un sustento a lo que uno hace y ya no eres sólo un actor, un director, eres un actor creador que puede opinar de otros temas y estando ahora en España, donde me fui a hacer un master en Producción de Cine, me di cuenta que en Europa no en todas partes se estudia teatro en la universidad, puedes estudiar en una academia, en una institución no universitaria. Entonces el grado y título que entrega la UV, o que se entrega en Chile, es una cuestión muy única, decir ‘estudié nueve semestres, cinco años en una carrera de Teatro y tengo un título, un grado de licenciado’, te posiciona en un lugar que para nosotros parece básico, pero que incluso afuera se ve como importante”, concluye sobre su paso por la UV.


A la hora de rememorar cómo nació este interés por la narración, Sebastián Ayala atribuye una importancia capital al lugar en que se crio. “Si bien siempre tuve la expresión artística, desde chico, nunca lo vi como una oportunidad profesional o no sabía que se estudiaba, que se podía vivir de eso, entonces lo que yo hacía era espontáneo, por gusto, desde el jardín infantil, luego en el colegio… Pero tuve la suerte de vivir en el cerro Las Cañas, crecí ahí, al lado de un centro comunitario que tenía actividad cultural constantemente y ahí tuve talleres artísticos desde muy chico, de batucadas, de música, de fotografía analógica, de zancos, de teatro, de danza… Y aunque el objetivo de los talleres no era profesionalizar a los niños, fui descubriendo que había una cosa artística que me gustaba, despertó el interés artístico de varios de nosotros. Luego hice la enseñanza media en el Liceo Marítimo, un liceo técnico, estudié Acuicultura, terminé la carrera, pero mientras estudiaba me metía al taller de teatro y ahí empecé a descubrir el sentido profesional de esto. La profesora que nos hacía el taller, Marcela Gamboa, de la compañía Pierrot de acá de Valparaíso, es actriz y nos enseñó desde un lugar más profesional. Todo lo que yo había aprendido antes había sido un poco intuitivo, amateur. Después salí del colegio e hice un intercambio como voluntario de la Asociación Cristiana de Jóvenes, me fui a México un mes, volví, hice un preuniversitario intensivo, me preparé para dar la PSU y di las pruebas de Teatro, pero siempre con el interés de quedarme en Valparaíso, no fui a dar pruebas a Santiago, di las de la UPLA y las de la UV, pero me gustó mucho el espíritu que se generaba en torno a la carrera en la UV, era todo muy acogedor, los compañeros de cursos superiores nos prepararon, nos daban consejos y nos acompañaron durante los tres días que duraron las pruebas especiales”.


“Creo que lo primero es el interés, el trabajo, el deseo de aprender… Yo estaba obsesionado con aprender teatro y desde el centro comunitario me ayudaron a buscar un taller y encontraron uno en la Municipalidad de Valparaíso, en la Oficina de la Juventud que existía en ese momento, hicieron el vínculo y me metieron, entonces en un momento estaba en ese taller y en la compañía de la escuela, entonces tenía mucha carga horaria, porque el fin de semana estaba en la YMCA, entonces toda mi adolescencia estuve muy ocupado, pero eso me estimulaba a seguir creando. Estuve en Perú haciendo misiones tres meses, a los 16 años, viviendo en Lima y viendo otras realidades. En México estuve en la frontera, en Tijuana, en una casa de menores, yo no tenía idea dónde estaba, tenía 18 años, y todas esas experiencias fueron creando mi personalidad para volcarla a lo que yo hago, fue mi forma de canalizarlo”, abunda.


¿Qué es la actuación para él? “Va mutando con el tiempo, hay momentos en que ha sido un escape o una posibilidad de encontrarme con personas que piensan o sienten como yo, que tienen un sueño parecido. En un momento nos dimos que en la compañía la mayoría eran mujeres, personas queer, trans o gay y el grupo de teatro era una excusa para estar en un lugar seguro donde contar nuestras cosas, hablar de nuestras vidas, pero en un lugar de confianza. Ese fue mi primer encuentro con el teatro, como un lugar de confianza donde uno puede revelar cosas y no ser juzgado. Y con el tiempo sí se fue convirtiendo en un oficio, en una posibilidad de escribir, porque yo siempre escribí, pero nunca lo vi como que yo pudiera escribir para el teatro. En la Escuela de Teatro UV tomé la especialidad de Dramaturgia y ahí tuve más conciencia de la técnica, de las metodologías de trabajo, de la investigación, que era algo que a mí me gustaba mucho, investigar para poder escribir. Y, de hecho, mi tesis para la especialidad fue en torno al teatro documental y trabajamos con pescadores artesanales de la caleta Portales. Hicimos un proyecto de investigación con ellos, una obra en la que ellos actuaban, escrita por ellos, pero con levantamiento de información de toda la historia de la caleta Portales. Estuvimos dos años trabajando con ellos, hicimos una gira al sur… El teatro me ha ido permitiendo entrar en diversos espacios y mezclar mundos, porque después me di cuenta de que había estudiado Acuicultura y el mar tiene una vinculación conmigo y luego el teatro y el mar se juntaron en un solo proyecto”.


Ahora bien, el éxito, la fama y el reconocimiento no necesariamente conllevan el privilegio de elegir sólo proyectos que satisfagan plenamente. Ayala lo explica así: “Siempre es difícil, porque ojalá en Chile uno pudiera, en la cultura sobre todo, decidir lo que quiere hacer, porque las oportunidades no son tantas y de pronto claro que hay que aceptar lo que viene, porque hay que seguir con la vida, pagar cuentas, pero sin duda que ese conocimiento que he logrado me ha dado un ojo para entender cuando un proyecto no va para ningún lado o sí tiene futuro. Me tocó como estudiante ser parte de proyectos en que se invirtió mucho tiempo y nunca llegaron a puerto, aunque eso es normal en la creación. Pero con el tiempo he intentado tener un ojo más crítico y preciso para notar cuando algo sí va a para alguna parte y cuánto tiempo quiero invertir en eso. También con la idea uno no quiere involucrarse en un proyecto que no te va a dar ningún sustento económico también. Yo ya me siento pasado la mitad de los treinta, tengo 36 años, y mi prioridad es vivir de lo que yo hago y estar en proyectos de manera voluntaria y gratuita fue algo que yo hice mucho siendo estudiante o recién egresado, pero ahora quiero vivir de lo que hago”.


Un tema que ocupa un lugar preferente en las preocupaciones creativas de Ayala es el de las disidencias sexuales, aunque aclara que lo que busca es “abrir el tema, sin la intención de educar, o de ‘adoctrinar’ ni de imponer una realidad, sino que con el simple objetivo de ponerlo sobre el escenario y de que la gente se pueda formar su propia opinión, incluso tal vez con la idea de despertar una curiosidad, de decir ‘quiero investigar más sobre este tema, porque no sé nada’. La idea es exhibirlo, porque lo que no se, lo que no se nombra, no existe. Al principio partió como un interés por hablar de la ciudad, porque en mi compañía, Teatro a la Deriva, pertenecemos a las disidencias sexuales y es innato, porque son los temas que nos mueven, pero queríamos también hacer un vínculo con Valparaíso y con la Región, hablar desde aquí de lo que nos compete. La primera obra original que yo escribí para esa compañía es sobre el incendio de la Divine. Yo viví a la vuelta de donde estaba la Divine, en Chacabuco, y pasaba todos los días por ahí, entonces evidentemente crecí con el recuerdo y la imagen, esto pasó el ’93 y yo era muy chico, el mito de lo que pasó ahí. Escuchaba a diario gente que hacía chistes de lo que pasó en la Divine, el diario, la prensa, después, cuando nos pusimos a investigar, encontramos con muchos titulares terribles, con un nivel de discriminación… Cuando había diecisiete personas muertas. Yo espero que hoy sería impensada ese tipo de reacción. Hubo un gran prejuicio en torno a la familia de las víctimas, yo logré hablar con la hermana de una de las víctimas y me contó que ella y otra chica de la misma edad, como de 25 años, eran las únicas interesadas en hacer justicias, porque todos los demás, ya fueran papás, parejas, tenían mucha vergüenza de hacerlo público. Imagínate lo que es vivir un duelo y no poder hacer justicia por esa persona, por tu familia, por vergüenza. Y también con la obra buscamos levantar información verídica y, en ese sentido, logramos que un juez, desarchivara la causa y accedimos a cinco o seis tomos de declaraciones, pruebas, pericias. Y nos explicaron que cuando uno hace una solicitud así la causa queda abierta y si un abogado, abogada quisiera reabrir el caso podría haberlo hecho, pero nuestro objetivo era llegar a las fuentes”.


Entre los pendientes en su carrera figura la filmación de su primera película, “La isla de las gaviotas”, proyecto inconcluso hace años por falta de financiamiento. “El cine tiene su dificultad por el costo, que es muy alto. Ahora estamos con un fondo del Ministerio de las Culturas y tratando de conseguir otros fondos, pero lo que pasa en el cine, a diferencia del teatro, que es más colectivo, es que todo está en manos del productor, no en manos del director, ni del guionista, ni del actor protagónico. Si bien el proyecto es mío, yo lo creé y lo escribí, lo toma una empresa productora que es en definitiva la que decide cuándo, en qué tiempos o en qué lugar se va a hacer la película y yo estoy, como todo el mundo, a la espera de que la empresa diga que es el momento. Yo estoy desde el 2016 en este proyecto, imagínate el cansancio que tengo de seguir insistiendo en lo mismo, he escrito como catorce versiones de guion, he postulado cuatro veces al Fondo Audiovisual y ahora lo único que quiero que se haga la película, pero llego a un punto en que dejó de ser mía”, detalla.


A la espera de cumplir su sueño, su presente está marcado por una serie de proyectos: “Estoy escribiendo una obra, con un Fondo de Dramaturgia que me adjudiqué el año pasado. Es una obra sobre el circo travesti en Valparaíso, sobre el nacimiento de ellos en los noventa, un poco inspirado en el circo Timoteo, pero también más amplio, inspirado también en una persona que conocí en el circo cuando era niño, en Las Cañas. Ese proceso está en etapa de escritura e investigación todavía. Y con Teatro a la Deriva estamos preparando funciones con nuestra obra “El fuego que llevamos dentro”, que es sobre Nicole Saavedra Bahamondes, una chica lesbiana que fue asesinada y su cuerpo apareció en Limache, y vamos a tener funciones en Matucana 100 durante julio. Hace mucho tiempo que no vamos a Santiago como compañía, así que tiene su desafío, movernos dentro de un festival. Fuimos a Barcelona a una red de centros culturales que se llama Fábricas de Creación, yo hice una especie de intercambio con ellos para conocer cómo es el modelo de trabajo que tienen y ahora estamos armando un proyecto para ir a Madrid a hacer algo parecido, una investigación de estos centros culturales independientes, un poco imaginando cómo sería para nosotros un teatro, una sala propia como compañía. Este año cumplimos diez años y ya sentimos que es momento de asentarnos, de quedarnos en Valparaíso y pensando en que la ciudad tiene tantos sitios abandonados y podríamos rescatar alguno y transformarlo en una sala”.